Dentro de la literatura hay dos lenguajes principales, el
lenguaje narrativo y el lenguaje lírico-poético. En el lenguaje narrativo lo
que importa sobretodo es la yuxtaposición lineal de acontecimientos que siguen
generalmente una misma dirección que va del pasado hacia el presente.
Obviamente en lenguaje narrativo también podemos encontrar descripciones,
metáforas y manipulaciones del orden
temporal como flashbacks, saltos en el tiempo, suspensiones etc. Pero todos estos
recursos casi siempre están subordinados al marco lineal de la narración
primigenia en la que se hayan incluidos.
La otra aproximación, la poética, tiene a la evocación y a
la descripción como bases fundamentales. Aunque pueden aparecer atributos que
hagan referencia al tiempo por lo general el género lírico es básicamente
atemporal. Se describen realidades, se formulan estados del alma o se expresan
situaciones simbólicas pero el esquema planteamiento-nudo-desenlace le es ajeno
en la mayoría de los casos. Incluso cuando se cuenta una historia lineal ésta
se halla siempre subordinada a la evocación de un sentimiento o a la exaltación
de algún otro atributo como la belleza.
Basta echar un rápido vistazo al mercado para comprobar que
la narrativa goza de mucha más aceptación que la poesía. Las ventas de novelas
superan con creces a las de poemarios y prácticamente el 100% de best sellers
son obras narrativas. No en todas las épocas fue así y hay muchas teorías que
pueden explicar este fenómeno con relativa sencillez, como aquella que afirma que
la digestión intelectual de la prosa de una narración es más ligera que la
estructura metafórica de unos versos que requiere algo más de atención,
sensibilidad y afán por encontrar el arrobo dentro del lenguaje metafórico de
la poesía. Sea como fuere el caso es que podemos establecer un curioso
paralelismo con nuestras vidas.
La práctica totalidad de nosotros abordamos la vida desde un
punto de vista narrativo. El propio término “biografía” es un género literario
narrativo. En nuestra mente rememoramos una y otra vez la historia de nuestra vida. El presente es el punto al
que nos ha llevado esa historia y el futuro son las páginas de ese libro que
aún quedan por escribir hasta llegar a su irremediable final que será nuestra
muerte. Esa linealidad que arranca en el pasado con nuestro nacimiento,
prosigue en nuestro presente y se proyecta hacia nuestro futuro es la forma en
la que abordamos la existencia y la forma en la que nos la contamos a nosotros
mismos todos los días.
Sin embargo me pregunto que tal nos iría si nos acostumbráramos
a abordar nuestra vida de una forma más poética, a realizar nuestros actos
cotidianos como si fueran versos en lugar de párrafos de una historia lineal.
No digo que tratemos de pasar todo el tiempo que estamos despiertos intentando
dejarnos arrebatar por la belleza que nos rodea, pero sí procurar -al menos un
poco cada día- que nuestra mirada al mundo tenga una actitud más lírica. Que tratemos
de encontrar ese gran misterio que es la vida detrás de cada uno de los
inmensos detalles que nos rodean, que disfrutemos de los momentos atendiendo a
todo aquello que nos ofrecen y que dejemos en suspensión esa concepción lineal
del tiempo que nos hace ver nuestras vidas como una sucesión de planes que han
de cumplirse para emprender otros planes y así hasta el final de nuestros días.
Hagamos el ejercicio de simplemente mirar a nuestro alrededor y tratar de ver el
instante como un todo completo que contiene todo aquello que en ese preciso
momento es importante para el “yo” que habita justo en ese rincón del espacio
tiempo. Consideremos la existencia como un fluido que danza incesante pero que
no tiene principio y fin definidos. Considerémonos a nosotros mismos como parte
de una estrofa que ocupa ese cuerpo en ese momento pero que ocupó otros distintos
en otras estrofas de nuestra vida y pensemos en nuestros yos futuros como versos
de esa composición musical que es la existencia. Veámonos como un todo con
aquel/lla que fuimos y seremos y no como una sucesión de personajes en una
biografía.
Durante varias semanas, en diferentes momentos, he tratado
de adoptar en mi propio día a día esta actitud poética deleitándome en ese
momento con lo que la vida tenía a bien poner ante mí, sin hurgar en el pasado
ni lanzar proyecciones de expectativas al futuro. “Vivir el presente” que
repiten gurús y libros de espiritualidad de todo tipo y que al final no es más
que la actitud poética ante la vida. Tengo que decir que nuestro condicionamiento
y adaptación a una concepción de vida narrativa es tan fuerte, que esos
momentos apenas duran unos minutos en el mejor de los casos (y ya está bien así,
no tienen porque ser más extensos) luego inevitablemente volvemos a nuestros
esquemas narrativos vitales de siempre. Sin embargo esos breves instantes en
los que se adopta una actitud poética tienen evidentes cualidades terapéuticas.
Puedo notar como se reduce la ansiedad y el stress y por un rato los problemas
dejan de tener importancia. En los momentos con actitud poética de la vida
dejas de preocuparte por lo que ocurrirá mañana, por lo que tales o cuales
personas pensarán sobre ti, por lo que debes hacer cuando llegues a tal o cual
sitio. Esos micro-momentos con actitud poética no solamente son sanadores de
por sí sino que practicados con suficiente regularidad te ayudan a cultivar una
actitud poética general ante la vida que
hace que, incluso cuando estás en tu modo narrativo normal, te proporcionen una
cierta ligereza que te prepara mejor para los altibajos normales de nuestra
vida.
Imagen: Roland Mey
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