viernes, 1 de marzo de 2019

Una realidad entre muchas





Tengo la impresión de que la realidad en la que vivimos es únicamente una de la infinitas (o quasi infinitas) posibles.

Semejante pensamiento viene del estudio a nivel divulgativo de las propiedades de la física cuántica. En el ámbito de la física macroscópica en la que nos movemos los estados de la materia colapsan en configuraciones definibles y estables. Si un objeto está en un lugar, está en ese lugar y ahí se queda hasta que sea desplazado por una fuerza interna o externa. Si un objeto se rompe, roto se queda. Lo podemos intentar reparar y unir los pedazos pero jamás volverá a estar en el mismo estado.

Sin embargo a escala cuántica las cosas funcionan de forma diferente. La definición única y inequívoca del espacio-tiempo de la física clásica aquí tiene otro comportamiento. Las partículas subatómicas pueden estar en más de un lugar a la vez, pueden moverse en direcciones contrarias de forma simultánea y pueden influirse entre ellas aunque no exista vínculo aparente entre ambas. De alguna forma es como si estuviéramos el reino de la indeterminación, en un estado donde todo es posible y donde siempre todo es posible. Ese nivel físico es una generatriz de trillones de realidades distintas que acaban existiendo cada una de ellas pero que son invisibles para los seres del mundo macroscópico, como nosotros, que únicamente somos capaces de percibir la particular realidad que ha colapsado precisamente en el estado que estamos viviendo.

A partir de ahí es casi inevitable empezar a fantasear con versiones quasi infinitas de nosotros mismos y del resto de seres y materia viviendo otras tantas versiones de realidad en paralelo. Lo que conocemos como “yo” no es más que la particular versión colapsada de esta posibilidad observándose a sí misma en esta versión de realidad. Obviamente es imposible conocer ninguna de las otras opciones posibles precisamente por el hecho de que quien “observa” es una de esas versiones ya colapsada y por lo tanto, definida.

Lo anti-intuitivo de esta conjetura hace que la reacción lógica sea el escepticismo, pero la curiosa constatación, comprobada en física cuántica, que el mero hecho de observar un fenómeno ya determina el comportamiento de ese fenómeno (se colapsa una de las opciones que, mientras no se observaba, permanecía en estado indeterminado ) parece apoyar dicha conjetura.

De esta forma, paso a paso, segundo a segundo vamos escogiendo una de las cartas de un mazo infinito y dibujando una línea sobre una hoja de papel que es sólo una en medio de una enorme maraña de posibles trazos y que un “observador” externo vería como una página casi en negro o como una enorme y tupida mata de pelo si trasladáramos la metáfora al terreno tri-dimensional.

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