Tengo la impresión de que la
realidad en la que vivimos es únicamente una de la infinitas (o quasi
infinitas) posibles.
Semejante pensamiento viene
del estudio a nivel divulgativo de las propiedades de la física cuántica. En el
ámbito de la física macroscópica en la que nos movemos los estados de la
materia colapsan en configuraciones definibles y estables. Si un objeto está en
un lugar, está en ese lugar y ahí se queda hasta que sea desplazado por una
fuerza interna o externa. Si un objeto se rompe, roto se queda. Lo podemos
intentar reparar y unir los pedazos pero jamás volverá a estar en el mismo
estado.
Sin embargo a escala cuántica
las cosas funcionan de forma diferente. La definición única y inequívoca del
espacio-tiempo de la física clásica aquí tiene otro comportamiento. Las
partículas subatómicas pueden estar en más de un lugar a la vez, pueden moverse
en direcciones contrarias de forma simultánea y pueden influirse entre ellas
aunque no exista vínculo aparente entre ambas. De alguna forma es como si
estuviéramos el reino de la
indeterminación, en un estado donde todo es posible y donde siempre todo es
posible. Ese nivel físico es una generatriz de trillones de realidades
distintas que acaban existiendo cada una de ellas pero que son invisibles para
los seres del mundo macroscópico, como nosotros, que únicamente somos capaces de
percibir la particular realidad que ha colapsado precisamente en el estado que
estamos viviendo.
A partir de ahí es casi
inevitable empezar a fantasear con versiones quasi infinitas de nosotros mismos
y del resto de seres y materia viviendo otras tantas versiones de realidad en
paralelo. Lo que conocemos como “yo” no es más que la particular versión colapsada
de esta posibilidad observándose a sí misma en esta versión de realidad.
Obviamente es imposible conocer ninguna de las otras opciones posibles
precisamente por el hecho de que quien “observa” es una de esas versiones ya
colapsada y por lo tanto, definida.
Lo anti-intuitivo de esta
conjetura hace que la reacción lógica sea el escepticismo, pero la curiosa constatación, comprobada en física cuántica, que el mero hecho de observar un fenómeno
ya determina el comportamiento de ese fenómeno (se colapsa una de las opciones que, mientras no se observaba, permanecía en estado indeterminado ) parece apoyar
dicha conjetura.
De esta forma, paso a paso,
segundo a segundo vamos escogiendo una de las cartas de un mazo infinito y dibujando
una línea sobre una hoja de papel que es sólo una en medio de una enorme maraña
de posibles trazos y que un “observador” externo vería como una página casi en
negro o como una enorme y tupida mata de pelo si trasladáramos la metáfora al
terreno tri-dimensional.
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