domingo, 23 de diciembre de 2012

El ego

Se podría definir al ego como uno de los inventos de la selección natural para permitir la supervivencia del ser humano. La posibilidad del encéfalo de poder identificarse a uno mismo como individuo diferente del resto de animales o de miembros de la tribu y actuar en consecuencia para identificar y defender los intereses propios parece que ha sido durante mucho tiempo un mecanismo eficaz para poder seguir adelante.
Sin embargo, si hacemos caso a las hipótesis que plantea Steve Taylor en su libro La caída, la emergencia del ego en las sociedades humanas es relativamente reciente y se origina como consecuencia de cambios climáticos que causaron tiempos de escasez y donde el desarrollo del ego en las consciencias permitió una lucha más descarnada por la apropiación y control de los escasos recursos.


En cualquier caso parece que en las sociedades urbanas occidentales de hoy, para el ciudadano medio el ego presenta al menos tantos inconvenientes como ventajas. La mayoría de las personas somos más victimas de nuestro ego que dueñas de él. Los conflictos con nuestro propio ego suelen ser el origen de muchos sufrimientos que tienen que ver con la autoestima, la ansiedad, la angustia y con muchos otros trastornos afectivos. La mejor forma de evitar los muchos problemas que surgen a ráiz del ego es detectar su carácter irreal, su naturaleza de “fantasía” e “impostura” y a partir de ahí actuar de forma consecuente.
No hay que confundirse, el ego no es malo por definición. Tanto el propio Taylor como muchos otros estudiosos coinciden en que el ego ha jugado un papel decisivo en el desarrollo de nuestra civilización. De la misma forma muchas de las personas más productivas en el mundo de las ideas, la ciencia, el arte y el conocimiento en general suelen tener egos especialmente desarrollados. El problema surge cuando se es incapaz de reconocer la auténtica naturaleza de ese ego y deja de controlarse. El problema surge cuando el ego deja de estar a nuestro servicio para convertirse en un dictador tiránico al que rendimos buena parte de nuestro mundo emocional.
Es ego puede ser muy útil en muchas ocasiones, pero en muchas otras es un pesado lastre que daña y deteriora nuestro bienestar sentimental y espiritual. Cuando conduces y alguien te insulta desde otro vehículo tras una maniobra arriesgada, el que hace que te sientas mal (y desees el mal de tu eventual oponente) es tu ego, independientemente de quien haya sido el responsable de la situación. Cuando alguien hace algún comentario jocoso sobre ti o pretende dejarte en ridículo delante de un grupo de gente, el que te mortifica aún horas después del incidente es tu ego. El que te acusa ferozmente cuando en una discusión te das cuenta de que no tenías razón sigue siendo tu ego, y además será el que te tentará a seguir inflexible en tu postura aún después de haberte dado cuenta de que estabas en un error.
Y si tu ego no eres tú, entonces ¿quién eres?. Tu ego forma parte de ti, sin duda, pero no eres tú. Conseguir darse cuenta de este hecho es un gran avance. El paso que da lugar a este descubrimiento no suele ser fácil, sobretodo cuando tu identidad está totalmente enmarañada con tu ego, pero los beneficios que se obtienen una vez reconoces la naturaleza ficticia del ego hacen que valga la pena sobradamente emplear tiempo y esfuerzo para ello.
Pasar a ser el piloto del ego en lugar de ser un trapo que ondea y se golpea contra la pared ante sus resoplidos erráticos y caprichosos.

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