domingo, 15 de octubre de 2017

Ejercicios de consciencia




Supongo que muchos de vosotros habéis acudido a funerales. En ese tipo de eventos la atmósfera emocional suele estar muy cargada. Es muy habitual que los asistentes reflexionen acerca de la fragilidad de la existencia y se replanteen sus prioridades. Durante unos instantes nuestras preocupaciones diarias nos parecen banales, analizamos lo que es realmente importante y nos prometemos a nosotros mismos que a partir de ese momento vamos a ser más conscientes del valor precioso de la vida.

Esa emoción puede durar unas horas, unos días a lo máximo, pero luego la vorágine del día a día nos acaba arrastrando de nuevo a nuestro estado de inconsciencia habitual. Volvemos a preocuparnos de naderías y a vivir como si no hubiéramos de morir nunca, quemando nuestras horas y nuestros esfuerzos en pensamientos mezquinos, ambiciones vanas y comportamientos irreflexivos.

Hace tiempo que intento salir de ese estado de sopor vital cada vez que me descubro a mi mismo dándole vueltas a cualquier tribulación insignificante de forma obsesiva. Dicho de otra manera, trato de conservar constantemente ese estado de atención vital que parece que únicamente descubrimos en situaciones límite como funerales, accidentes, catástrofes u otras situaciones donde la vida muestra su aspecto quebradizo.

Por supuesto no es fácil. Desarrollar estados de consciencia que nos recuerden lo valioso de la vida  a cada instante requiere de práctica, constancia y mucha perseverancia. Tras mucha prueba y error he desarrollado unos ejercicios que me sirven para mantenerme conectado con la vida y me permiten desarrollar la consciencia. Con el tiempo he descubierto que dichos ejercicios no sólo me ayudan a mantener una mejor salud mental sino que también sirven para explorar zonas desconocidas de mi consciencia que poco a poco se van ensanchando.

Cada persona es un mundo, un universo y por supuesto lo que funciona conmigo quizá no lo haga contigo, pero de todos modos te describo cuales son esos ejercicios por si a ti también pudieran servirte.

Se trata de tres ejercicios que están relacionados a su vez con los tres centros de todo individuo el mental, el emocional y el físico. Paso a describirlos.

Preguntas potentes

Este ejercicio trabaja directamente en el centro mental. Lo practico en los momentos "stand by", es decir cuando estás paseando, yendo hacia el trabajo, esperando al autobús, haciendo cola... osea, los momentos en los que el primer impulso es sacarte el celular y empezar a curiosear las redes sociales. Bueno, pues en lugar de eso exploro mi cabeza y me planteo lo que yo llamo "preguntas potentes". Son preguntas que pretenden mover los propios cimientos de mis creencias. No tienen porque tener una respuesta inmediata, de hecho son preguntas que tienen vocación de koan, que pretenden disparar  resortes. Por supuesto cada persona ha de explorar dentro de su psique cuales son estas preguntas, aquí os dejo un pequeño listado de alguna de las mías.

  1. ¿Qué cambiarías de tu vida si te dijeran que vas a vivir 300 años más?
  2. ¿Tienes miedo ahora mismo?, y si la respuesta es sí ¿de que tienes miedo?
  3. Si fueras a morir en unos minutos ¿que valoración harías de tu vida?
  4. ¿Y si todo lo que te rodea no fuera más que una simulación?
  5. ¿Cuáles han sido los sentimientos más miserables que has tenido hacia alguien?
  6. ¿Si volvieras a un punto de tu vida X años atrás? ¿qué cambiarías?
  7. ¿Qué hace realmente felices a las personas?
  8. ¿Hasta que punto te importa lo que piensan los demás de ti?
  9. Ante una enfermedad terminal o un accidente grave ¿cómo te adaptarías a la vida?
  10. ¿Qué sentido tiene la existencia?
  11. ¿Cómo te sentías cuándo te has levantado esta mañana? ¿Y a que crees que se debe que te sientas así?

Lógicamente para que el ejercicio tenga algo de sentido tienes que estar dispuesto/a a ser brutalmente sincero contigo mismo. Al fin y al cabo ¿nadie más escucha no? Pues os sorprenderéis lo difícil que es a veces confesarnos con nosotros mismos. A mí por lo menos es lo que me pasa.
Obviamente no todas las preguntas tienen la misma "carga" no esto mismo la pregunta 4 que la 9, Hay que saber elegir la pregunta adecuada según tu estado de ánimo y también hay que reconocer cuando uno/a sencillamente no se encuentra con ánimo de hacerse preguntas profundas. A veces puedes cambiar estas preguntas por reflexiones acerca de temas ontológicos o metafísicos. El caso es escapar de la trivialidad de los pensamientos obsesivos diarios.


Momentos de trance

Este ejercicio está directamente relacionado con la parte emocional. Se trata de ejercitar la consciencia y explorar sus estados más allá de su manifestación habitual cuando estamos despiertos.

El estado habitual de la consciencia cuando estamos despiertos es el correspondiente a las ondas Beta (entre 14-40 Hz) y es el que utilizamos para relacionarnos con la realidad cotidiana, la que nos permite desarrollar las tareas corrientes y desenvolvernos en nuestro día a día. Sin embargo es muy recomendable aprovechar esos intersticios de tiempo que tenemos durante la jornada (y si no los tenemos habría que provocarlos) para separarnos de ese estado habitual y provocar estados de "mini-trance". Esos estados que "mini-trance" consisten en dejar navegar la mente por lugares donde preferiblemente no haya presencia verbal de pensamientos. Son estados de contemplación que se acercan más a las ondas Alfa ( entre 8-13 Hz) y con la suficiente práctica nos permiten acceder a zonas inexploradas de nuestra consciencia en la que empezamos a tener nuevas percepciones de la realidad que en la mayoría de los casos contribuyen a nuestro bienestar emocional.

No estoy hablando de largas sesiones de meditación. Para provocar estos pequeños momentos de trance suelo utilizar la contemplación sobre elementos que me ayudan a abandonar el estado de consciencia habitual y acceder a estos otros. En mi caso lo consigo dando paseos por el bosque o por lugares tranquilos, observando una taza de te o café, fijándome en detalles arquitectónicos de la ciudad, contemplando un paisaje, escuchando la música que me gusta o contemplando el rostro de personas por la que siento estima o admiración. Pero estos son solamente mis métodos, cada uno debe encontrar los suyos, tenía un amigo, por ejemplo, que conseguía entrar en trance lavando los platos con agua caliente.

Estos momentos de trance son breves, su duración no suele exceder de unos cuantos segundos, minutos a lo sumo y su intensidad suele ser variable. En mi caso he notado que con la práctica la intensidad va creciendo levemente. En algunos casos la intensidad es tal que aunque el momento de trance dure un par de segundos tienes la percepción de haber estado en la eternidad, aunque esto no suele ser lo habitual, no importa, sea cual sea su nivel de intensidad es una sensación que se agradece. Es algo que se siente en la parte emocional del cerebro, en el corazón, no tiene mucho sentido intentar describir estas situaciones de trance con palabras, son emociones.

Ya te he dicho cuales son mis métodos para provocar estos momentos de trance. No se que método te funcionará a ti, lo que si se es que NO deberías hacer si quieres experimentarlos, no intentes provocarlos, no intentes forzarlos, no te digas a ti mismo "voy a entrar en trance", no funcionará. Simplemente empieza a observar tus emociones interiores sin ponerles palabras, escucha a tu cuerpo, busca tus espacios, intenta observar la vida sin ponerle palabras y los momentos de trance acabarán llegando por si solos.

Escucha a tu cuerpo

Este ejercicio apela a la relación con tu propio cuerpo. Resulta asombroso lo que hemos llegado a apartarnos de nuestro propio cuerpo, a ignorar o tergiversar todos los mensajes que nos envía constantemente. El ejercicio consiste en parar a percibir conscientemente las sensaciones de tu propio cuerpo, la tensión de los músculos, la posición de tu  miembros, el estado de las articulaciones, las sensaciones térmicas, el impulso del bombeo de la sangre.y, sobretodo, las sensaciones en tu estómago.

Solemos comer y beber más impulsados por la ansiedad y el apetito que por hambre. Una vez empiezas a auto observarte, a enfocar tu atención en las sensaciones que percibes en tu cuerpo cuando ingieres alimento te sorprendes de la cantidad de cosas a la que no les estabas prestando atención. Sólo os diré que he perdido peso solamente por parar de comer al notar el estomago dolorido, la cabeza pesada por exceso de glucosa u otras sensaciones similares. ¡Cuántas veces en el pasado había continuado comiendo cuando mi cuerpo estaba saciado simplemente por inercia, por dejar el plato vacío o por el ansia de estar haciendo algo sentado a la mesa! Hacemos daño a nuestro cuerpo y nos hacemos daño a nosotros mismos cuando no somos uno con él. De la misma manera re-conectarte con tu respiración, con la temperatura de tu cuerpo, con la presión de tu sangre también refuerza la sensación de estar vivo y te ayuda mantenerte presente. Te sorprende también descubrir como el sentimiento de confusión, pesadez y ofuscación que sentimos a veces es ocasionado por esa perdida de consciencia con el estado del propio cuerpo.

De forma casi inconsciente empiezas a alimentarte de forma más sana, a moverte más a respirar mejor. No hay que hacer nada especial simplemente escuchar tu cuerpo y dejarte aconsejar por él.

En última instancia prestar atención a las sensaciones de tu cuerpo también ayuda a clarificar tu mente y te pone en mejor disposición para que los momentos de trance de los que hablábamos antes lleguen con más frecuencia.


En resumen, aunque también práctico muchas otras actividades, estos tres ejercicios básicos son los que me ayudan a mantener mi consciencia viva y a recordar constantemente el valor fundamental de la vida y su disfrute.

Anexo

Tengo algunos amigos que entienden del tema que me dicen que lo que describo en el artículo son algunas de las bases del Mindfulness que, en mi opinión no es más que una adaptación a la cultura moderna occidental de técnicas y prácticas místicas milenarias, . Enfín, tal vez sea así, pero os aseguro que yo he llegado a estas conclusiones de forma espontánea y basada en mi propia experiencia personal.



jueves, 28 de septiembre de 2017

Vívimos en una simulación

Hace muchos años que rondaba por mi cabeza la idea de que quizá todo el universo que conocemos no es más que una simulación corriendo bajo alguna compleja estructura tecnológica. Más tarde comprobé que yo no era el único que había tenido esta ocurrencia sino que muchas otras personas también lo habían pensado alguna vez. Me interesó bastante conocer como en varias publicaciones se hacían eco del experimento que estaban realizando unos científicos de la universidad de Washington para averiguar si realmente nuestro universo era real o efectivamente se trata de un entorno simulado. Para ello están creando un universo simulado donde rigen al 100% las leyes de la física (de momento de un tamaño poco mayor que un átomo) y comparan su comportamiento con el del universo real basándose en "no se que" del comportamiento de los rayos cósmicos.

El último descubrimiento al respecto me lo ha hecho mi profesor de inglés y es este simpático vídeo donde se habla de esta hipótesis de una forma bastante didáctica y desenfadada.



Si os interesa el tema, en este otro vídeo se sigue hablando de él.


martes, 11 de julio de 2017

La prisa mental en los semáforos



Siempre es lo mismo, llegas a un paso de peatones y te encuentras con un semáforo de peatones en rojo, entonces un desagradable desasosiego se apodera de tu cuerpo, te empieza a recorrer un cosquilleo muy incomodo y una prisa inclemente impele a tus músculos a mirar furtivamente a los lados y a cruzar por la calzada con el semáforo aún en rojo, asumiendo un riesgo y convirtiéndote en una potencial (y en muchas ocasiones real) víctima de atropello.

Su habitas en una ciudad más o menos grande seguro que este escenario te es familiar. Yo también fui, al igual que la casi totalidad de habitantes urbanos, víctima de esta inmisericorde prisa mental. Pero un día me paré a pensar "¿de dónde sale esta prisa?", me di cuenta, al igual que cualquiera de vosotros que os paréis a pensarlo, que la mayoría de las veces dicha premura no está justificada por nada, en otras puede venir causada por pequeñas urgencias cotidianas que no se van a aliviar en absoluto por los pocos segundos que ganemos trampeando al semáforo y solamente en contadísimas situaciones excepcionales esa prisa viene avalada por una urgencia real dónde el potencial ahorro de fracciones de segundo puede suponer una diferencia decisiva.

No nos engañemos, la mayor parte de las veces esa ansiedad que nos obliga a cruzar sea cual sea el estado del semáforo no tiene una justificación racional. ¿Vale la pena jugarse la vida por ella? Ok. es cierto que hay muchos pasos de viandantes donde el riesgo de atropello es prácticamente cero pero incluso en esos casos conviene cerciorarse de que no estamos destrozando la labor pedagógica de muchos padres acompañados de la mano por niños pequeños que no entienden porque ese/a señor/ra está incumpliendo una norma básica que sus padres les aseguran que es de vital importancia para evitar accidentes. ¿No os habéis parado a preguntar que quizá habéis sembrado la semilla de la desconfianza en esas inocentes cabecitas y que un día quizá intenten cruzar en rojo para imitar vuestra transgresión sin la capacidad de evaluar riesgos de un adulto?

Sea como fuere un día decidí dejar de agobiarme al encontrar un semáforo de peatones en rojo, me pararía ante él fuera cual fuera el estado del tránsito y simplemente disfrutaría el momento hasta que se pusiera en verde. No os voy a engañar, al principio fue durísimo. Pararse y observar las reacciones ansiosas que surgen en uno mismo frente a la luz roja hace que esas reacciones se sientan de forma aún más intensa. Llega a ser angustioso y varias veces estuve a punto de desistir en mi cruzada particular, pero por alguna razón, seguí perseverando.

Poco a poco, tras el síndrome de los primeros días, un mundo nuevo empezó a aparecer ante mis ojos. Detalles de la ciudad en los que nunca había reparado se ofrecían ahora ante mí descubriéndome paisajes, texturas y arquitecturas de peculiar interés. Esos detalles me entrenaban en el arte de la observación de aquello que nos rodea pero lo más interesante estaba por llegar. Junto con la afinación de la observación externa también empezó a manifestarse una capacidad mejorada de observación interna. Mis estados interiores, sensaciones, emociones que pasaban desapercibidas en el ajetreo diario afloraban ante mi consciencia en esas burbujas de tiempo que empezaban a construirse en las pausas de los semáforos. Eran breves instantes, no llegaban al minuto, pero esas burbujas de tiempo se transformaban en remansos de paz conforme aprendías a re-conciliarte con tus estados internos.

Sucede que cuando observas tu propia ansiedad o tu inquietud (el estado habitual en la espera de un paso de peatones) como quien observa un paisaje, este sentimiento se amansa, se exterioriza, surge un nuevo yo que observa al yo original. Es increíble lo  placentero que puede llegar a ser ese estado de ánimo. De pronto las pausas de los semáforos pasan de ser ese castigo a la paciencia a convertirse en regalos de paz. Esos bloques fuera del espacio y el tiempo frenético del día a día urbano con que te obsequias a ti mismo para reflexionar, para contemplar el mundo de forma serena.

Resulta curiosa la condescendencia con la que comienzas a mirar a tus conciudadanos que resoplan impacientes ante el semáforo, con el rictus de la inquietud dibujado en la cara, atentos a cualquier hueco entre el tráfico para poder colarse, andando rápido, con el semáforo todavía en rojo para llegar antes a no se sabe donde en su frenética carrera hacia ninguna parte sin ser conscientes de la inutilidad de ese gesto motivado únicamente por el espanto de enfrentarnos a nuestros propios fantasmas que se manifiestan cuando llega un momento de espera en el que no tenemos que hacer "nada".

A veces pienso que el ajetreo diario no es más el ruido con el que tapamos ese terror que nos da el silencio de encontrarnos con nosotros mismos y que se escenifica con todo su esplendor en la pausa del semáforo. Por otro lado, por que no decirlo, también es muy agradable para el ego de uno cuando escuchas como los padres que van de la mano con sus niños te ponen como ejemplo de héroe que espera impertérrito ante el semáforo en rojo, aunque no pasen vehículos, frente a los villanos desaprensivos que lo cruzan en rojo sin respetar las normas ni la presencia de infantes.

No os voy a mentir, aún hoy sigo pasando en rojo el semáforo de tanto en cuanto, pero sólo en pasos donde la ausencia de riesgo es total y evidente y no hay presencia de críos a los que influenciar negativamente. En la gran mayoría de semáforos he llegado a desarrollar tal habilidad de parar, contemplar y disfrutar del momento con total serenidad que últimamente he llegado incluso a desarrollar una ansiedad inversa, es decir, que si me acerco a un paso de peatones y me encuentro el semáforo en verde empiezo a pensar que voy a tener que renunciar a mi mini-tiempo de relajación y me pongo nervioso hasta el punto que aflojo el paso inconscientemente para dar tiempo a que se ponga en rojo. Ya veis, la psique humana es así de compleja, misteriosa e imprevisible.

Imagen: Creative Commons Daniel Gómez

martes, 18 de abril de 2017

Estamos mirando en la dirección equivocada





En sociedades como en las que vivo lo normal es que como ciudadanos nos preocupemos por las actuaciones de nuestros políticos. Queremos que se nos tenga en cuenta a la hora de tomar decisiones en los parlamentos porque se supone que las decisiones que se toman allí afectan a nuestras vidas. Ejercemos nuestro derecho al voto y a la manifestación para mostrar nuestro acuerdo o desacuerdo con las acciones que hace la clase política y nos lo tomamos muy mal cuando el gobierno de turno toma medidas impopulares sin tener en cuenta nuestras opiniones.
No obstante a nadie parece importarle lo que se cuece en las reuniones del W3C, de otros consorcios de estándares o de corporaciones como Apple, Alphabet, Facebook etc. Cuando lo que allí se decide va a impactar mucho más directamente y mucho más drásticamente sobre nuestras vidas que la  enésima ley de educación.
Damos por hecho que esas decisiones pertenecen al ámbito privado de las empresas o los comités y que evidentemente ahí no pintamos nada. No sólo aceptamos sin problemas que no tengamos derecho a dar nuestra opinión allí sino que es algo que, en general, no nos preocupa en absoluto, nos trae al pairo. Al fin y al cabo son empresas privadas ¿no?
Asumimos de forma inconsciente, que si dichas entidades tomaran decisiones que pudieran alterar demasiado nuestro modo de vida "alguien haría algo", principalmente las instituciones públicas o que, en el peor de los casos, nosotros como consumidores tenemos la libertad de dejar de utilizar un servicio si el fabricante que lo proporciona hace algo que no es de nuestro gusto.
Las empresas y consorcios que se encargan de tejer la realidad tecnológica del mañana (que cada vez más tiende a ser la "realidad" a secas) conocen perfectamente nuestro desinterés general por sus investigaciones y lo celebran. Están encantados que les dejemos trabajar sin prestarles casi ninguna atención. La política además les proporciona una estupenda cortina de humo para mantener a la gente distraída y refunfuñando desde las mismas redes sociales que parte de estas empresas proporcionan y facilitan para mantener nuestra miopía.
Y mientras, ellos avanzan definiendo protocolos de comunicación, algoritmos de inteligencia artificial, sistemas de encriptación, estrategias de marketing digital, patrones de comportamiento y toda una serie de mecanismos que permitirán que cada día sea más fácil manejarnos como a meras hormigas de laboratorio.
Nosotros, a lo nuestro, preocupándonos de si se saca tal o cual autobús propagandísitico a la calle, de si tal o cual figura política ha publicado tal o cual disparate, de si se ha producido tal o cual caso de corrupción. No digo que esos asuntos no tengan importancia pero sigo pensando que tienen menos importancia que otras decisiones que toman dichos agentes privados y que van a determinar que vas a hacer dentro de unos años desde que te levantes hasta que te acuestes, que van a dictaminar de que vas a trabajar, -si es que vas a trabajar-, que es lo que vas a ver, escuchar y que vas a poder o no poder decir o publicar. La tecnología sigilosamente se va introduciendo en los ámbitos políticos, económicos y sociales. Nosotros seguimos viviendo en la alucinación de que cuando queramos podemos dejar de utilizar las redes sociales, el correo electrónico, las tarjetas de crédito o incluso la propia internet mientras seguimos facilitando alegremente más y más información acerca de nuestra vida y nuestras personas a cambio de una nueva colección de emoticonos. Esta información sirve para refinar cada vez más los algoritmos que crean modelos que permiten predecir y adivinar nuestro comportamiento. Ante este hecho no puedo dejar de recordar a los indigenas americanos que entregaban grandes extensiones de terreno a los colonizadores a cambio de baratijas y cuentas de vidrio de colores.
En el background de todo esto hay un grupo de personas muy inteligentes que sueñan con llevar a cabo sus utopias y están convencidas de poder diseñar el destino de la humanidad  a su gusto sin, por supuesto, tener que pasar por el engorroso e inútil proceso de consultar nuestra opinión al respecto.

Foto: Alviman

viernes, 24 de marzo de 2017

Diez frases que no hubiéramos entendido hace apenas diez años

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La tecnología avanza a un paso super acelerado de tal manera que cada vez se necesita menos tiempo para hacer que el panorama  en el que vivimos se haga irreconocible a alguien del pasado.
Si un habitante de 1900 se hubiera quedado dormido y no hubiera despertado hasta 1910, apenas habría notado diferencias  drásticas en el uso de la tecnología, ni siquiera si cambiamos los años entre 1950 y 1960. Sin embargo nuestro yo de 2007 probablemente se sentiría muy des-ubicado si viajara de golpe a 2017 e intentara captar a la primera mucho del contenido de conversaciones actuales dónde interviene la tecnología. He aquí algunas frases de uso común que probablemente nos habrían sonado a etrusco hace apenas 10 años.
  1. "Cuándo llegues a casa envíame un whatsapp...y haz caso al GPS!"
  2. "No veas la que se ha liado esta mañana en Twitter" (Twitter ya existía en 2007 pero ni de lejos tenía la importancia actual, solamente la conocían cuatro nerds y early adopters)
  3. "¿Probaste la app de GTD para iPad que te dije?"
  4. "Me encanta su Instagram, es super hipster"
  5. "¿Me followeas?"
  6. "Sería capaz de cualquier cosa por unos cuántos likes"
  7. "Se deja su Tesla siempre enchufado delante del co-working"
  8. "Solamente puedes ver selfies en su timeline, WTF!?"
  9. "El periscope ya no se usa, utiliza el Stories"
  10. "Yo hago trading con esta app, es lo menos arriesgado si pasa otra vez como en 2008"
Lo realmente interesante es proyectar esto mismo hasta el futuro. ¿Os imagináis, cuales podrían ser estas frases dentro de 10 años? Es imposible saberlo pero es inevitable sentir cierta fascinación fantaseando sobre ello. Aún a sabiendas de que tengo el 100% de probabilidades de fallar, no he podido resistir la tentación de conjeturar acerca de cuáles podrían algunas de esas frases en 2027.
  1. "Este coche siempre elige el mismo camino para llevarme hasta a casa, y mira que le he dicho que se salte las estaciones de carga"
  2. "Y me lo confesó todo sin sospechar que le estaba grabando con los ojos"
  3. "En esa room tienes mucho más espacio, es mejor que pasear por el Londres de verdad"
  4. "Dice el coche que me recoge en 10 minutos"
  5. "Me equivoqué de opción y el chino empezó a hablarme en alemán en lugar de en español"
  6. "Acerca más la muñeca que aún no tengo los datos en mi ID"
  7. "Me quiero imprimir una con cinco habitaciones"
  8. "Imprímeme dos hamburguesas que en seguida llego de hacer el check-in en nombre la app de turno"
  9. "Yo también dije que no me implantaría nada debajo de la piel, y mírame ahora!"
  10. "¿Te acuerdas cuando los fingers de pollo los hacían de pollos muertos?"

lunes, 13 de febrero de 2017

Reflexiones sueltas acerca de la energía financiera




Después de la lectura de Dinero y Conciencia de Joan Antoni Melé he estado pensando en muchos conceptos que he ido cristalizando en reflexiones sueltas y ambiguas. Como resumen diré que la mayor lección que he obtenido ha sido la de comprender que el dinero es un símbolo que sirve para convertir parte de nuestra energía vital en lo he venido a llamar, a falta de un término mejor, “energía financiera”. En efecto, el dinero, como la mayoría de los símbolos es neutro, su magia empieza a actuar cuando lo utilizamos como instrumento en el que traducir nuestros impulsos e intenciones en operaciones financieras de venta y compra que tienen consecuencias y que por lo tanto no son en absoluto neutras. Todos los símbolos tienen un poder inmenso en cuanto son activados por la psique humana. Podemos decir que el poder simbólico es uno de los más potentes que hay en el mundo. Esto se hace especialmente evidente con el dinero. En un sistema social, como el nuestro, regido por las políticas monetarias, todos nos hemos puesto de acuerdo para atribuirle a las diferentes divisas un poder fáctico, de tal manera que el poseer mucho dinero llega a ser equivalente de poseer mucho poder.
La naturaleza simbólica del dinero se pone de manifiesto cuando pensamos en la utilidad que tendrían un montón de fajos de billetes si estuviéramos aislados en una isla desierta en medio del océano o perdidos en una cumbre montañosa. Está claro que el dinero manifiesta su poder dentro del contexto social humano. Pero eso no cambia mucho las cosas, el poder por muy simbólico que sea no deja de ser poder y es ahí donde está el meollo de la cuestión.
Cuando tenemos un euro en el bolsillo tenemos una porción de poder, una porción de energía ya que ese euro nos permite hacer muchos tipos de transacciones. En nuestras manos está la elección de cómo utilizar esa energía, de cómo ponerla de manifiesto. Podemos escoger comprar algo con él o meterlo en una hucha para decidir que hacer con él en el futuro o podemos regalárselo a alguien. En cada caso nuestra elección tendrá unas consecuencias en el mundo. Por supuesto el impacto será distinto en función de la cantidad de dinero (energía financiera) que se utilice y la forma en la que se utilice, pues un puñado de euros pueden tener mucho más impacto que muchos miles de ellos; por ejemplo comprarle un libro a un niño prometedor por unos cuantos euros a la larga puede repercutir en beneficio de la sociedad mucho más que varios miles de euros gastados en un casino. Y aquí es donde entra en juego la conciencia. La relación entre el dinero y la conciencia es muy estrecha. El problema de no poder prever con exactitud las consecuencias de nuestras operaciones financieras puede complicar un poco las cosas, no obstante es razonable pensar que uno hábitos financieros son más saludables que otros. Al igual que se malgasta energía eléctrica dejando la luz encendida, energía física corriendo sin sentido o agua dejando el grifo abierto, también se malgasta energía financiera cuando se derrocha dinero en operaciones improductivas. Al igual que el derroche de otro tipo de energía no es inocuo sino que tiene consecuencias negativas, el derroche de energía financiera tiene también consecuencias negativas desde el momento en que ese dinero que se ha derrochado no se ha utilizado para realizar otras acciones provechosas. Así que podríamos decir que malgastar la energía financiera es una mal hábito. Invertir energía financiera comprando productos en un comercio que mantiene puestos de trabajo y hace una labor social, sería, por el contrario, un buen hábito.
Sería posible elaborar un listado de buenos hábitos financieros:
  • Invertir en bienes que produzcan beneficios a tu comunidad
  • Comparar precios y escoger la mejor opción calidad/origen/precio (valorar otras variables a parte de la propia de precio)
  • Optimizar energía financiera, ¿por qué gastar más pudiendo gastar menos?
  • Utilizar la banca ética
  • Aprender a ser felices con necesidades que optimicen al máximo la energía financiera (aprender a hacer más con menos)
Claro que un listado así en frío en algo muy genérico y siempre será necesario estudiar el contexto concreto en el que operamos con nuestro dinero. Por eso es prioritario hacernos responsables de nuestro uso del vil metal y eso supone interesarse, en la medida de lo posible,  a donde va a parar nuestro dinero y que uso se hace de él.
Además la energía financiera , como toda energía, es líquida, es un fluido (no es casual que el termino “liquidez” se use con tanta frecuencia en ámbitos financieros) esto quiere decir que manifiesta su poder cuando fluye y queda oculto de forma latente cuando se almacena. El hecho de que fluya además hace que, inevitablemente, en ocasiones este flujo sea más abundante y en ocasiones más escaso (exactamente lo mismo que ocurre con nuestra energía física por ejemplo), por eso gestionar responsablemente nuestra energía financiera se convierte en un arte.
Si aceptamos que efectivamente el dinero es un tipo de energía que fluye  a lo largo de nuestra vida, será más fácil a su vez aceptar que habrá ocasiones en que dispongamos de más energía y otras veces de menos. Pero si aprendemos a gestionar de forma saludable dicha energía siempre estaremos en disposición de mantener unos niveles óptimos para llevar una vida plena. (la ampliación de este punto bien valdrá otro post)
Pensemos en un martillo. Cuando el martillo está guardado en la caja de herramientas su poder está en forma latente o potencial. El lladrillo potencialmente puede clavar muchos clavos, enderezar una barra o hacer otro tipo de operaciones, pero mientras está encerrado en la caja de herramientas ninguna de esas posibilidades se manifiesta. Es en el momento en que se saca de la caja, se empuña y se le hace trabajar cuando el martillo demuestra realmente su utilidad. De la misma forma, cuando el dinero está guardado en una cuenta bancaria su poder sólo está latente y no se manifiesta más que de forma indirecta (el simple hecho de tener mucho dinero en la cuenta corriente puede hacer aumentar la confianza de otros o la propia autoconfianza ) mientras que cuando se utiliza, es decir cuando se hace circular, su poder se manifiesta de  forma evidente. Pero un martillo es un objeto sólido, así que cuando deja de utilizarse, salvo por quizá algunas pequeñas muescas, mantiene sus posibilidades intactas, sin embargo la energía financiera, como cualquier otro fluido, se disipa, se agota tras su utilización (cómo el agua o el gas) por eso una de las claves para poder manejar eficientemente la energía financiera, aparte del ahorro y el gasto consciente, es el saber encontrar fuentes de energía financieras también conocidas como fuente de ingresos.
Desafortunadamente, no todas las personas están preparadas para hacer un uso adecuado de la energía financiera. De hecho suele ocurrir que muchas de las personas que disponen de más energía financiera son las que peor uso hacen de ella, y esto se traduce en la aparición de mucho sufrimiento. El dinero no sólo hay que saber ganarlo, también hay que saber gastarlo y cuando se utiliza sin la suficiente madurez puede llegar a ser muy peligroso para los demás y para el propio poseedor del dinero, ¿hace falta recordar la cantidad de vidas que se han arruinado por culpa de una mala utilización del dinero?. El exceso de energía financiera puede ser tan doloroso como su escasez extrema (de nuevo, exactamente igual que lo que ocurre con otras energías) y cada persona está preparada para manejar una cantidad limitada de esta energía. Por eso los cambios bruscos en los flujos pueden ser muy problemáticos como se ha podido comprobar en muchos casos de premiados de la lotería, con premios muy cuantiosos , que han llegado a confesar haber atravesado por muchas perturbaciones en su vida diaria hasta que han logrado adaptarse a la nueva situación. Una buena cantidad de ellos además, al cabo de unos cuantos años volvieron al mismo nivel de renta que tenían antes de la obtención del premio como resultado de operaciones financieras desafortunadas fruto de su falta de conocimientos de inversión.
El secreto está en descubrir en que rango de cantidades te manejas a gusto y a partir de ahí intentar que tus gastos tenga un impacto positivo en la sociedad o al menos el menor impacto negativo posible. No olvidemos, por ejemplo, que el simple hecho de comprar un dispositivo electrónico alimenta el tráfico de Coltan que genera mucho sufrimiento al cabo del año sobre muchas personas. Al menos si con la ayuda de ese dispositivo electrónico podemos educarnos a nosotros mismos  o crear contenido que ayude a otras personas, habremos paliado, aunque sea en parte, ese sufrimiento cambiando la polaridad de la energía financiera invertida.
Por eso es importante saber utilizar nuestra energía financiera con sabiduría. El dinero de por sí no es malo ni bueno, es la conciencia que hace uso de él lo que puede convertirlo en la perdición de la sociedad o en un instrumento muy poderoso para crear y compartir bienestar.
Hagámonos pues responsables de nuestra energía financiera y utilicemosla para aquello que consideramos justo.

miércoles, 8 de febrero de 2017

Videojuegos sí, esclavitud no


.
En más de una ocasión y en este mismo blog he manifestado mi total apoyo a los videojuegos como algo que no únicamente puede ser my divertido sino también una estupenda herramienta de aprendizaje y una gran ayuda para desarrollar múltiples habilidades mentales. Soy un acérrimo detractor de la corriente ideológica que defiende que los videojuegos son, por definición, algo dañino especialmente para los jóvenes. Más bien defiendo todo lo contrario, que deberíamos acercar los videojuegos a los niños/as y jóvenes y guiarlos en escoger los títulos de la misma manera que podemos hacer con sus lecturas o con sus aficiones deportivas.
Ahora bien, una cosa es pensar que los videojuegos pueden ser muy buenos y otra muy distinta pensar que todos lo son. Con los videojuegos como con cualquier instrumento de comunicación humana; pueden ser muy beneficiosos o pueden ser nocivos y sin duda algunos videojuegos pueden llegar a ser muy nocivos. Y no estoy pensando precisamente en ese tipo de videojuegos que tanto gusta denostar en la prensa sensacionalista en los que hay exceso de violencia, lenguaje soez o se defiende un tipo de héroe de moral cuestionable. No es que ese tipo de juegos me entusiasmen pero considero que los que estoy refiriendo son mucho peores.
Estoy hablando de esos juegos -generalmente para dispositivos móviles- que te obligan a "fichar" cada día, algunos incluso cada pocas horas para ir recibiendo "obsequios" virtuales o incluso para cumplir los propios objetivos del juego. Todo empezó, más o menos, con juegos como aquel de la granja donde había que invertir unos pocos minutos cada día para regar los tomates y abonar el maíz con el fin de que no se te secara la cosecha. El mecanismo se fue sofisticando y de ahí se pasó a tener que comparecer un día determinado porqué ese era el único día en el que tal o cual obsequio se podía conseguir (cómo si hubiera un imponderable de la naturaleza que así lo obligara). De los días se pasó a las franjas horarias. y luego ya vinieron los bonus o cofres de regalo que se regeneran cada 24, 12, 8 o 4 horas, los premios que se obtenían jugando cinco días seguidos sin fallar ni uno, los rankings de prestigio en los que desciendes si no juegas asiduamente o la aldea que puede ser saqueada en cualquier momento si no estás conectado a la partida. El paroxismo podrían ser esos videojuegos multi-jugador donde te arrojan a la liga de los "parias" o los "indeseables" si de forma re-incidente abandonas la partida antes de acabarla  (poco importa que lo hayas hecho de forma voluntaria o porque se te ha cortado la conexión).
Y yo me pregunto ¿acaso no tenemos bastante con el stress que nos impone al diario el frenesí de la vida moderna? ¿Es que no tenemos suficiente con fichar en la oficina o en la fábrica que además queremos fichar en esos lugares virtuales? Ya somos esclavos de muchas obligaciones impuestas por el trabajo, la familia, las instituciones o la presión social en general ¿De verdad necesitamos más cadenas?
Lamentablemente he sido testigo, con conocidos cercanos, de situaciones que podemos calificar de surrealistas sin ningún temor a equivocarnos; personas que prefieren llegar tarde al trabajo o ausentarse de una reunión de negocios antes que faltar a su cita con la partida, personas con estados de ansiedad importantes al pensar que en ese momento pueden estar atacando su aldea virtual, personas que prefieren faltar a un evento con amigos o familia antes que cortar su racha de partidas diarias seguidas o auténticos ataques de ira provocados por una interrupción en una partida cuyo abandono te penaliza. Yo mismo, sin llegar quizás a esos extremos, he incurrido en alguno de esos comportamientos. Corté por lo sano el día que me descubrí a mi mismo pendiente de llegar a tiempo a un lugar tranquilo para poder rendir cuentas puntualmente a mi cita con la partida diaria.
Mi conclusión al respecto es clara. Si no te importa que un juego monitorice y condicione tu agenda y tu vida  me alegro por ti, pero personalmente no estoy dispuesto a que una partida me obligue a estar delante de la pantalla a una hora o día determinado. Un videojuego deja de ser divertido cuando deja de estar a tu disposición y tú pasas a estar a disposición suya. Me gusta que poner en marcha un videojuego, al igual que abrir un libro, sea algo que pueda hacer cuando, donde y cómo quiera sin tener que estar pendiente de ninguna agenda o de la ventana de tiempo durante tal o cual cachibache estará disponible por tiempo limitado.
Entendedme, comprendo que la mayoría de fabricantes de juegos hayan optado por el modelo Freemium para conseguir ingresos en una época en la que casi nadie está dispuesto a pagar por un juego en un dispositivo móvil y que parte de esos mecanismo freemium consistan en asegurarse una audiencia mínima diaria a ese juego ¿Pero en serio no es posible imaginar otras formas de "enganchar" a un usuario que obligarlo a comparecer cada día?
Por supuesto sigo jugando a videojuegos pero ignoro las opciones que me exigen estar pendiente del tiempo o el calendario y cuando me encuentro con algunos de esos juegos que -de forma tristemente creciente- son injugables sin entrar en esa perversa dinámica de la presencia obligatoria sencillamente los elimino de mi juegoteca.
Videojuegos sí, esclavitud no!

martes, 17 de enero de 2017

La vida como un parque de atracciones




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La vida actual nos somete a muchas presiones de todo tipo, presiones sociales, presiones de agenda, presiones de trabajo o estudios, presiones de lo que se supone que se espera de nosotros. No es de extrañar que el stress campe a sus anchas entre la mayoría de los ciudadanos, especialmente en las grandes urbes.
Frente a ello no son pocos los que reivindican un estilo de vida más sosegado como en el que se disfruta en el medio rural. Sin embargo yo pienso que la actitud adecuada ante la vida más que la de un pequeño pueblo, -que es idealizada tontamente y de forma sesgada por los urbanitas ante la incomprensión de los habitantes de estas zonas-, es la actitud que teníamos de niños ante un parque de atracciones.

Antes de continuar quiero aclarar que me estoy refiriendo a las excursiones de la era pre-hiperinformación. Ahora es habitual informarse al detalle por Internet de todas y cada una de las atracciones del parque. Antes de llegar ya sabemos que nos vamos a encontrar en cada palmo,llevamos el recorrido totalmente pre-diseñado y hasta podemos estimar el tiempo aproximado que deberemos esperar en la cola de cada atracción. Nuestra agenda está más organizada que en un chequeo médico, sin espacio para el asombro. Pero no es de esto de lo que yo quiero hablar...

Más bien estaba pensando en aquellos tiempos donde la magia aún no se había roto. Recuerdo como de pequeño llegaba a primera hora de la mañana con mi familia al parque de atracciones y sabía que todo lo que había que hacer hasta la noche era pasármelo bien, sin agendas, sin planos y sin planes pre-hechos. Simplemente explorar el parque sin tener ni idea de lo que te ibas a encontrar y dispuesto a dejarte sorprender por las imágenes, los colores, los sonidos, la música, los olores, las luces, la fantasía...

La sensación que ello me producía es indescriptible. Ta bajabas de una atracción totalmente feliz y pensabas "¿y ahora que?" dispuesto a seguir deambulando sin rumbo, excitado ante las maravillas aún por descubrir. Sin planes, sin prisas, sin agobios... El tiempo parecía pararse en esos momentos o, mejor dicho, parecía crearse una burbuja de tiempo infinito dentro de la esfera del tiempo general. En esos momentos me sentía seguro, me sentía tranquilo, nada malo o desagradable podía ocurrir ni aunque se pusiera llover, porque cualquier pequeño detalle, un payaso, un mordisco de algodón de azúcar, el zumbido de una atracción bastaba para mantenerte en ese paraíso en ese trance hipnótico de gozo y alegría.

Frecuentemente he pensado que esa es la actitud y el estado mental que me gustaría mantener en la vida. No voy a cometer la insensatez de pensar que ello puede ser posible en todo momento, la vida es maravillosa pero también es muy dura al mismo tiempo y hay muchas ocasiones en que se precisa nuestra atención para asuntos que no son de nuestro agrado. No obstante considero que un objetivo muy loable sería quitar gravedad innecesaria a nuestra existencia porque sinceramente me parece que, demasiado a menudo, añadimos mucha gravedad a nuestra biografía que no necesitamos para nada sino que está más provocada por nuestra inexplicable adicción al drama y al sufrimiento. Pienso que deberíamos encontrar cada vez más y más burbujas en nuestro día que nos introduzcan en el "parque de atracciones". Alejarnos en la medida de lo posible de las circunstancias, los lugares, las actitudes y los hábitos que tratan de asfixiar nuestras agendas, robándonos la vida y procurar rodearnos de los espacios, hábitos, agendas y personas que nos permitan crear esas micro-burbujas de "parque temático".

No obstante es importante subrayar en este punto que un elemento fundamental para conseguir esto es nuestra mirada ante la vida. La realidad está llena de pequeñas y grandes maravillas que no valoramos o simplemente no sabemos ver. Una mirada, una sonrisa, sentir el viento en la cara, escuchar casualmente un fragmento de música, descubrir un nuevo rincón de la ciudad, encontrar inesperadamente esa moneda que se había quedado olvidada en el fondo del bolsillo tras varios lavados... todo eso debería hacernos despertar la sensación del algodón de azúcar, de la melodía del carrusel o del descubrimiento de aquella nueva atracción que ni sospechábamos que hubiese sido inaugurada.


Creedme, con determinación y práctica es posible abrir esos micro-espacios de magia y asombro en nuestra vida diaria por gris que ésta sea. Con un poco de suerte y dedicación seremos capaces de unir, al menos mentalmente, esas micro-burbujas de fascinación hasta conseguir que al menos una parte importante de nuestro tiempo sea como estar en el parque de atracciones.

imagen: Creative Commons, Syuqor Aizzar