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La vida actual nos somete a muchas presiones de todo tipo, presiones sociales, presiones de agenda, presiones de trabajo o estudios, presiones de lo que se supone que se espera de nosotros. No es de extrañar que el stress campe a sus anchas entre la mayoría de los ciudadanos, especialmente en las grandes urbes.
Frente a ello no son pocos los que reivindican un estilo de vida más sosegado como en el que se disfruta en el medio rural. Sin embargo yo pienso que la actitud adecuada ante la vida más que la de un pequeño pueblo, -que es idealizada tontamente y de forma sesgada por los urbanitas ante la incomprensión de los habitantes de estas zonas-, es la actitud que teníamos de niños ante un parque de atracciones.
Antes de continuar quiero aclarar que me estoy refiriendo a las excursiones de la era pre-hiperinformación. Ahora es habitual informarse al detalle por Internet de todas y cada una de las atracciones del parque. Antes de llegar ya sabemos que nos vamos a encontrar en cada palmo,llevamos el recorrido totalmente pre-diseñado y hasta podemos estimar el tiempo aproximado que deberemos esperar en la cola de cada atracción. Nuestra agenda está más organizada que en un chequeo médico, sin espacio para el asombro. Pero no es de esto de lo que yo quiero hablar...
Más bien estaba pensando en aquellos tiempos donde la magia aún no se había roto. Recuerdo como de pequeño llegaba a primera hora de la mañana con mi familia al parque de atracciones y sabía que todo lo que había que hacer hasta la noche era pasármelo bien, sin agendas, sin planos y sin planes pre-hechos. Simplemente explorar el parque sin tener ni idea de lo que te ibas a encontrar y dispuesto a dejarte sorprender por las imágenes, los colores, los sonidos, la música, los olores, las luces, la fantasía...
La sensación que ello me producía es indescriptible. Ta bajabas de una atracción totalmente feliz y pensabas "¿y ahora que?" dispuesto a seguir deambulando sin rumbo, excitado ante las maravillas aún por descubrir. Sin planes, sin prisas, sin agobios... El tiempo parecía pararse en esos momentos o, mejor dicho, parecía crearse una burbuja de tiempo infinito dentro de la esfera del tiempo general. En esos momentos me sentía seguro, me sentía tranquilo, nada malo o desagradable podía ocurrir ni aunque se pusiera llover, porque cualquier pequeño detalle, un payaso, un mordisco de algodón de azúcar, el zumbido de una atracción bastaba para mantenerte en ese paraíso en ese trance hipnótico de gozo y alegría.
Frecuentemente he pensado que esa es la actitud y el estado mental que me gustaría mantener en la vida. No voy a cometer la insensatez de pensar que ello puede ser posible en todo momento, la vida es maravillosa pero también es muy dura al mismo tiempo y hay muchas ocasiones en que se precisa nuestra atención para asuntos que no son de nuestro agrado. No obstante considero que un objetivo muy loable sería quitar gravedad innecesaria a nuestra existencia porque sinceramente me parece que, demasiado a menudo, añadimos mucha gravedad a nuestra biografía que no necesitamos para nada sino que está más provocada por nuestra inexplicable adicción al drama y al sufrimiento. Pienso que deberíamos encontrar cada vez más y más burbujas en nuestro día que nos introduzcan en el "parque de atracciones". Alejarnos en la medida de lo posible de las circunstancias, los lugares, las actitudes y los hábitos que tratan de asfixiar nuestras agendas, robándonos la vida y procurar rodearnos de los espacios, hábitos, agendas y personas que nos permitan crear esas micro-burbujas de "parque temático".
No obstante es importante subrayar en este punto que un elemento fundamental para conseguir esto es nuestra mirada ante la vida. La realidad está llena de pequeñas y grandes maravillas que no valoramos o simplemente no sabemos ver. Una mirada, una sonrisa, sentir el viento en la cara, escuchar casualmente un fragmento de música, descubrir un nuevo rincón de la ciudad, encontrar inesperadamente esa moneda que se había quedado olvidada en el fondo del bolsillo tras varios lavados... todo eso debería hacernos despertar la sensación del algodón de azúcar, de la melodía del carrusel o del descubrimiento de aquella nueva atracción que ni sospechábamos que hubiese sido inaugurada.
Creedme, con determinación y práctica es posible abrir esos micro-espacios de magia y asombro en nuestra vida diaria por gris que ésta sea. Con un poco de suerte y dedicación seremos capaces de unir, al menos mentalmente, esas micro-burbujas de fascinación hasta conseguir que al menos una parte importante de nuestro tiempo sea como estar en el parque de atracciones.
imagen: Creative Commons, Syuqor Aizzar
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