Se habla mucho de la creatividad en los últimos tiempos, pero muy poco o nada de su complementaria, la receptividad. Se trata de un olvido grave si tenemos en cuenta que ambas cualidades son igual de importantes. En cualquier proceso de la actividad humana donde la creatividad es fundamental, como el arte, la ciencia, la ética o la cultura en general, la receptividad tiene un papel igual de esencial y en una proporción simétrica.
La razón es muy simple. La receptividad es la otra cara de la creatividad, es su complemento, su pieza de encaje concavo-convexo en un todo representado por el símbolo supremo de la obra acabada.
La creatividad es la fuerza Yang. Dentro de libro de las mutaciones representa la luz, la fuerza celestial, el principio masculino, la acción, lo que fecunda. La receptividad es la fuerza Yin. Dentro del libro de las mutaciones representa la oscuridad, la madre tierra, el principio femenino, lo que acoge en su seno a la simiente que da paso al fruto de la vida.
Habida cuenta de que, excepto la explosión primigenia, nada ha surgido de la nada ( e incluso esto último deberíamos considerarlo con reservas), hemos de aceptar el enunciado de que una idea, cualquiera que sea, parte siempre de otra idea o de otro conjunto de ideas previo.
Dentro del contexto de la creación artística (aunque esto mismo podría aplicarse a cualquier otro ámbito) este concepto se traduce en la teoría de que una obra de arte es el resultado de la transformación de toda una serie de entradas (inputs) que ha recibido el autor y que ha tamizado a través de los múltiples filtros de su percepción. Estos inputs pueden ser otras obras de arte anteriores, imágenes y sonidos del paisaje circundante, la conversación con otro sujeto u otros muchos elementos del entorno.
El proceso por el cual el creador se deja empapar por todas estas entradas y permite que fructifiquen hasta hallar la inspiración es lo que se conoce como el acto receptivo cuya sublimación dará paso al acto creativo. Pero observad el hecho de que uno es anterior al otro, no puede existir un acto creativo sin que exista una acto receptivo previo. El hecho de que este proceso pase inadvertidamente para muchos autores no quiere decir que no exista.
Lo cierto es que puede haber artistas que sean muy buenos receptores y que luego no sepan reflejar esta cualidad como buenos creadores, pero me atrevo a apostar a que un creador genial prácticamente siempre será también un receptor excelente. El porqué de esta creencia se basa en el hecho de que la fina sensibilidad que hace falta para ser un creativo por encima de la media es a la vez la mejor herramienta para afinar nuestra receptividad.
Entonces, ¿en que consiste la receptividad?, pues en la capacidad de saber ver, observar, reconocer, relacionar e intuir en un flujo continuo; en escuchar todos los elementos que nos hablan a nuestro alrededor, tanto desde dentro como desde fuera y dejar que nos fecunden. Sólo después de este proceso podrá darse la vuelta al calcetín y empezar el proceso creativo donde vomitaremos todos estos elementos transformados y re-ensamblados bajo el tamiz de nuestra intuición y la luz de nuestro ingenio.
Al igual que ocurre con la creatividad, la receptividad también puede entrenarse independientemente de las actitudes innatas que se posean. Se han escrito muchas páginas acerca de técnicas creativas, pero casi nada acerca de técnicas receptivas, sin embargo éstas existen. La principal herramienta es la observación, se trata de enfocar las cosas con el hemisferio izquierdo del cerebro intentando discernir todos los detalles acerca de lo que estamos viendo, escuchando o leyendo. Luego está el disfrute que consiste en poner el foco con el hemisferio derecho del cerebro y dejarse llevar por aquello que estamos percibiendo y que nos atrae, dejar que sean las cosas las que “nos observen a nosotros“. La combinación de ambas técnicas en diferentes proporciones produce la inspiración, es decir dejarse poseer y germinar, al igual que una simiente, por aquello observado.
Existen múltiples fuentes de inspiración pero me gustaría destacar tres que antes he citado y que durante siglos han ayudado a los artistas a desarrollar sus obras más excelsas.
La naturaleza: Millones de años de evolución y selección natural han provocado bellas formas que, por ser el ser humano parte de la naturaleza, le han inspirado a crear otras formas basadas en las originales.
Obras de otros artistas: Cualquier artista se convierte de forma automática en fuente de inspiración para otros artistas, por eso es muy recomendable empacharse con imágenes, textos, músicas y conceptos que sean de nuestro agrado.
Las conversaciones: Las relaciones con los demás ( y con uno mismo), el intercambio de ideas, palabras, sensaciones, son una fuente inagotable de inspiración pues del choque de vivencias producen chispas de ocurrencia.
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